lunes, 20 de octubre de 2008

Más música

Me ha dado remordimientos mencionar en primer lugar a un puertorriqueño, antes que a un peruano. En fin, que yo no soy dueño de mis recuerdos o mejor dicho que yo no escogí el medio donde me desenvolví.

Sea, mencionaré a un tremendo artista, creador de La matarina (no me queda claro si él fue el "creador" de esta clase de coplas tan famosas en mi país o si, más bien, recogió y matizó aquellas en una composición musical [aquí —y en muchas situaciones dudosas parecidas— extraño a Carlos Leyva Arroyo, antropólogo, musicólogo y buen amigo, quien siempre tenía el dato preciso]). Hablo del Indio Mayta, cuyo nombre real es Miguel Angel Silva Rubio:


Ya hablaré del palo cilulo alguna vez.

Otra clásica de este peruanazo cajamarquino:


La letra no tiene pierde.

En esta dirección más de este autor: http://www.fulltono.com/i/indio-mayta/

También en Youtube, pero no me convence la calidad de la voz en este video:



Y si les interesó el tema aquí les dejo dos enlaces que cuentan más sobre el Indio Mayta: http://www.primerapaginaperu.com/article/especiales/cultura/613/
http://www.sanjuandelurigancho.com/julioabanto/2006_09_01_archive.html

jueves, 4 de septiembre de 2008

Música para mis oídos

En mi infancia, niñez y adolescencia debo haber escuchado inconscientemente a Ángel Luis Canales, El Diferente. En mi surquillo natal (un populoso distrito limeño), tan barrio, tan sucio, tan peligroso, tan alegre, así como otros tantos tan, existe (¿existía?) una tradición salsera de viejo cuño. Eddie Palmieri, Larry Harlow, Tito Puente, Héctor Lavoe y un largo etc., además de Canales acompañaban cualquier fiesta o tono, donde el trago de dudosa reputación, pero excelente para deshinibir los pies y la lengua, se pasaba de mano en mano.

domingo, 4 de mayo de 2008

En el día del corrector de textos

Ídem que la entrada anterior. Recuperado del caché de Google. Hay algunos datos que se deben actualizar, en especial las referencias a la Fundación Litterae. Esto se publicó el 27 de octubre del 2006. No puedo dejar de mencionar que Silvia Senz revisó, corrigió, pulió e hizo los vínculos que ahora no aparecen.

EN EL DÍA DEL CORRECTOR DE TEXTOS

La Fundación Litterae[1] instaura como el día del corrector el 27 de octubre.[2] Y no porque esta institución lo haya querido consagrar habría uno de seguir sus pasos. No. Creo que esa rara avis, figura casi siempre anónima y mal pagada (monetaria y moralmente) merece en tierras gauchas, como aquí y en cualquier lugar, un reconocimiento especial.

En el mundo existe una tendencia hacia una disminución absoluta de los índices de lectura.[3] El Perú no es ajeno a esta propensión, y ahora los tipos de personas que antes leían están más habituados al discurso audiovisual que al «monótono» transcurrir de cadenas y cadenas de letras.

Para añadir un poco de ají al asunto las grandes editoriales miden sus costos basados más en la cantidad de marketing —mercadotecnia, insiste el corrector, aunque ni caso le hagan— a invertir que en la calidad del texto.

En este contexto exigente, dados los pocos lectores potenciales, se privilegia al autor que redacte «bien» y que sepa utilizar el corrector ortográfico del supremo Word. No hay problema, se democratiza la producción de literatura, en el amplio sentido de la palabra. Personas que no habrían sido «autores» en otros tiempos ahora lo son a mucha honra. Incluso, hay autoeditores y profesiones en formación que reclaman nuevas posiciones a las tradicionales en la industria editorial, todo ante la insurgencia de la PC y la Internet.

Pero estas bondades de la tecnología han confundido a no pocas personas que ven como los bits, letras y tamaña información vuelan inasibles de clic en clic.

Y pues, surgen, irremediables, las paradojas. Escritores con algo que decir que manejan insuficientemente la gramática y ortografía tradicional de la lengua española. Editores apurados en «sacar» el producto, apremiando a los correctores (si es que tienen la mínima decencia de contratar uno) en tiempos y en precios. Periódicos abrumados por las rotativas de última generación que tiene el diario vecino y que termina saliendo primero al mercado.

¿Quién sufrió los ajustes?, ¿qué eslabón se rompió?

El de corrector de textos —también llamado corrector de estilo o corrector tipográfico, según corrija originales o pruebas—, aquel que cuida que un texto llegue a los lectores bien escrito, o sea, el encargado del control de la calidad.
Resultado: erratas morrocotudas (véanse, por ejemplo, «Esa carie de los renglones llamada errata», o «Don Joaquín y las erratas») párrafos abstrusos, datos falsos, a los cuales no escapan ni los diarios más serios (aquellos que no han dado forata [¿de dónde habrá salido esta palabra?] a todo el equipo de corrección de pruebas y mantienen a uno que otro ojo acucioso maltrecho por ahí).

Los redactores y editores por jubilarse y otros de no tanta edad recordarán a aquellos seres mitológicos pertrechados con raros instrumentos (como el tipómetro, por ejemplo[4]), habituados a luchar con los errores. Aún así, en esos tiempos, como hoy, las erratas eran despiadadas y no hacían distingo por raza o creencia. Pero, al menos había el intento de acabar con ellas.

En esta línea son de destacar iniciativas como el «Manifiesto de los correctores de español», o la que en Uruguay ha iniciado una solitaria correctora llamada Pilar Chargoñia, en busca de «la expedición de un título de idoneidad como corrector de textos (ortotipografía y estilo)».

¿El Perú? Bien, gracias, cuña’o. Sé con’ciente, pe, varón… lo justo, ponte una mano al bolsillo derecho y otra en el corazón.

Mejor termino como dice (¿o decía?) el epígrafe de Addenda et Corrigenda, citando a Antonio Machado: «Despacito y buena letra, que el hacer las cosas bien, importa más que el hacerlas».

¡Feliz día, corrector!, en donde estés.

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[1] Institución argentina, nacida, como en su página web puede leerse, para difundir el uso correcto del idioma español. También forma correctores del idioma español. (Para acceder a la lectura sin signos intrusos hay que configurar el explorador web al código griego.) [Ahora ya no es necesaria esta atingencia]
[2] «La elección del día se debe al del nacimiento del humanista holandés Desiderio Erasmo de Rotterdam (1467-1536), quien también se desempeñó como corrector.» Hay también un imperdible artículo sobre los correctores, aunque, paradójicamente, con algunas erratas tipográficas [Se hacía referencia a un artículo que aparecía en Litterae, cosa que ya no ocurre].
[3] Aunque cabría hacer la pregunta de qué índices habría que bajar en el Perú cuando nunca los tuvo altos.
[4] «¿Quién sabe hoy qué significan palabras como corondel, regletas, lingotes, galeras, galerines, filetes, orlas, chaflanes, lutos, hombrillos, componedores, chibaletes, platinas, serpentines, matrices... Palabras en general de origen latino o grecolatino. La misma unidad de medición es hoy agua pasada. El tipómetro era la vara de medida, el cícero la unidad. ¿Cuánta gente sabe hoy qué es un cícero? ¿Y cuánta cuál es su correspondencia en unidades decimales? Hoy día se mide en puntos y milímetros.» (Ángel Zoco Sarasa, jefe de Archivo y Documentación del Diario de Navarra: «Los procesos de cambio tecnológico y su repercusión en el entorno de los medios de comunicación escrita. Un estudio de caso: Diario De Navarra (1903-2004)»)

Ser corrector de textos en el Perú

Holas:

Este articulito salió publicado en un blog llamado Addenda et Corrigenda, dirigido por la siempre inquieta, perseverante, inteligente, íntegra y algo malhumorada (eso me lo supongo gratuitamente, pues no tengo el gusto de conocerla, jeje), Silvia Senz Bueno, a quien le he perdido el rastro así como al blog que mencioné. Claro, detrás también había gente muy capaz (ya hablaré alguna vez de estas personas).

Bueno, como ya no veo publicado en la red el artículo que menciono, me permito ponerlo por aquí, rescatado del caché de Google. Va:


SER CORRECTOR DE TEXTOS EN EL PERÚ

I
Según el DRAE:
Redactar. (Del latín redactum, supino de redigěre, compilar, poner en orden). tr. Poner por escrito algo sucedido, acordado o pensado con anterioridad.

Corregir. tr. Enmendar lo errado.

Redactar no es sencillo. Supone, en primer lugar, un proceso mental de «ordenamiento» de las ideas (o de la información) y trasladar estas a un formato escrito. Y como las ideas no van a dejarse atrapar fácilmente y menos ser cohesionadas en un todo analizable, el redactor luchará por domesticarlas para que luego puedan servir fielmente a alguna argumentación, ensayo, etc.

Si bien existen redactores muy experimentados que pueden escribir sobre algún tema de corrido y con poquísimos errores, lo que es exactamente lo contrario suele verse más a menudo.

La demanda de información en una sociedad globalizada ha hecho que cantidades monumentales de datos se emitan cada día desde fuentes hace unos años inimaginables.
Y como en cualquier fenómeno humano, solo unos cuantos canalizan, aprovechan y, muchas veces, distribuyen los esfuerzos e información relevantes. Otros tantos se pierden en rumas de libros por leer, en promesas hechas a amigos de hacer clic en sus enlaces de páginas web, en diarios y suplementos muy interesantes guardados en el segundo cajón de la derecha, esperando aquella hora libre que nunca llega. Y otros muchos, rendidos o siempre hechos a un lado, se limitan a ver, como los niños los aviones, los libros, revistas y webs que cruzan por tantas dimensiones.

Pero es evidente que en esa gran cantidad de papel y bytes producidos hay meras refundiciones o viles copias de otras ediciones, que por decirlo tajantemente nunca debieron ser publicadas.

Así las cosas, las editoriales, aplicando modernísimas técnicas de mercadotecnia, apuestan por llenar estantes y más estantes con novelas posmodernas (léase, mejor, novelas rosas recargadas), con híbridos detectivescohistóricos, y también con textos New Age, esos que te dicen cómo encontrar la felicidad debajo de aquella piedra en forma de estrella que siempre ha estado en el parque a dos cuadras de tu casa.

¿Pero es que no hay lectores exigentes?

Bueno, esa pregunta, en el ámbito mundial, no sé quién la responderá, pero en el Perú, simplemente no los hay (o los hay tan pocos…).

II

En los tiempos que yo estudiaba en la universidad, había una pregunta que me hacían en cualquier reunión y que llegó a tener para mí visos de drama.
—¿A qué te dedicas? —me preguntaban.
A lo que yo, al principio, invariablemente respondía, orondo:
—Estudio lingüística.
La respuesta del interlocutor variaba:
1) [Boca abierta y ojos idos:] ¿Y qué es eso?
2) ¡Ah, ya, profesor de lengua!
3) ¡Ah, entonces tú sabes hablar muchos idiomas!
4) [Y el más acertado:] ¡Ah, lenguaje! ¿Y para qué estudias eso?

Dos años, aproximadamente, intenté explicar qué era la lingüística, su campo de estudio, etc. Luego, como no tuviera resultados en mis explicaciones (en verdad, muchos de mis compañeros de escuela tampoco entendieron nunca qué era la lingüística), opté por responder afirmativamente a cualquier respuesta:

—¿Eres profesor?
—Sí.
—¿Hablas muchos idiomas?
—Oui.
—¿Y qué es eso?
—Exacto, tienes toda la razón.
(La pregunta 4 hasta ahora no he podido contestarla.)

III

Han pasado los años y ahora soy corrector de textos en una universidad (que quiere decir ahí: leer, rerredactar, pasar correcciones, maquetar e imprimir). La vez pasada, luego de casi un año de comprarle a la misma señora de la vuelta un par de cigarros para luego del trabajo, se animó y me preguntó:

—¿Y en qué trabaja en la universidad?

Antes de ponerme a pensar en la respuesta le dije:
—Corrijo y edito textos.
—¡Ah ya! Usted es profesor.
(¡Ay, no!)
—No, yo me encargo de..., cómo le digo, hacer los libros, o sea…
—¡Aaaah! Usted escribe los libros.
(Yo pienso: «¡Pucha!».)
—Esteee, mire, yo…, sí, seño, tiene razón, fíeme dos cigarritos hasta mañana, ¿ya? ¿Y qué tal, cómo le va en la venta?
—Ahí, joven, más o menos…

Bueno, habrá quien me diga que la señora no tiene por qué saber lo que es un corrector o un editor. Claro, toda la razón. Pero esta clase de anécdotas solo ponen de relieve estos hechos:

•El corrector de textos (o de estilo) es una figura casi desconocida en el Perú.

•En nuestro país, el 26 % de personas en edad de leer no lo hace nunca. Además, el 45% de los que leen lo hace apenas dos horas a la semana.

•El corrector se ha visto desplazado de los pocos lugares en que tenía su sitio ganado (editoriales, diarios, revistas) y se ha trasladado la responsabilidad del cuidado de los textos a los redactores, con ayuda de programas informáticos.

•La inexistencia de instituciones que formen a un corrector o editor. Hecho que, llegado a extremos, hace que, con honrosísimas excepciones, no se respeten las tradiciones tipográficas (actitud no debida a una rebeldía hacia «normas colonizantes» sino a la mera ignorancia) y las normas ortográficas en libros, periódicos y toda clase de textos.