Habían
dado la orden de volver a marchar.
Y
cada soldado de las tropas de Élite Acuna escondía sus sentimientos muy
adentro. Estaban ahora con sus hijos, en una buena cama de paja junto a la
esposa o con la amante, en un fuego acogedor con una cerveza fuerte…
Pero ahora, habían dado la orden de marchar.
Habían pasado muchas noches de cansancio extremo y de frío incesante… Ya no eran vehementes e impulsivos, como cuando noveles retadores de las armas del enemigo. Vieron a muchos de sus compañeros caer, mutilados, desangrados, con sus gritos perdidos en el aire…
Ahora estaban curtidos. Parecían pesados y cansinos, pero esto escondía fuerza reconcentrada y cálculo milimétrico en sus movimientos. No daban un paso en falso y en un segundo salía la filuda espada como una serpiente ponzoñosa sobre el cuello de algún rival, que se burlaba de sus mil cicatrices en todo el cuerpo y que moría sin siquiera poder quitar la sonrisa de sus labios.
En la batalla, se conocían unos a otro sin hablarse. Solo bastaba una mirada, un dedo en alto, para avanzar compactos, despiadados.
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